27 mar 2012

Historia del Cerrejón (7): Así se construyó el único ferrocarril de trocha ancha de Colombia


Por John Acosta

Ubicación del Cerrejón
Eran las diez de la mañana. El campero había llegado a la ranchería después de su transitar tortuoso por las trochas intrincadas y resecas de la alta Guajira. Los negociadores de tierra estaban acostumbrados ya a enfrentar la dureza del clima árido de la región. Y al paisaje de trupillos y cactus que se levantaba entre los arenales brillantes de esa tierra desértica. El polvo, el calor y la brisa seca eran los fieles compañeros de entonces. En invierno eran los zancudos, el barro y las atolladas inmisericordes que los hacía amanecer en medio de la soledad tenebrosa de algún monte casual. Así se adquirieron las tierras de la mina, de la carretera y del puerto.

Historia del Cerrejón (6) Los silos, una curiosa historia en cifras


Por John Acosta

Ahí están. Erguidos e imponentes. Desafiando los vientos que merodean con insistencia. Con una altura de 72 metros, forman parte del sistema de manejo de carbón de la mina, cuya construcción se terminó en el último trimestre de 1984. Se trata de los silos.

Cuatrocientos hombres se necesitaron para levantar las dos torres gemelas que se alcanzan a ver desde cualquier punto del área de la Mina. Estructuras de alambre y de hierro, vigas de acero, talleres de carpintería, decenas de metros cúbicos de concreto. Polvo, sol, ruido de maquinaria, pliegos de planos. Ese fue el ambiente de trabajo que se vivió en las 24 horas diarias de labores.

También hubo lluvias. Pocas, pero quedaron grabadas para siempre en las personas que participaron de aquellas titánicas jornadas: la intensidad de los aguaceros provocó más de un estrago en la etapa de construcción. Rafael Rangel, un ingeniero eléctrico que estuvo de lleno en los trabajos de levantamiento de los silos y que ahora es un codueño de una de las empresas contratistas que le sirven a Cerrejón, nunca olvidará un caso insólito, increíble de verdad, que presenció en una de esas arduas batallas de construcción.

Historia del Cerrejón (5): La carretera Mina-Puerto Bolívar: una vía para el progreso


Por John Acosta

La cuchilla del buldócer D-6 se movilizaba imponente sobre el ardiente suelo guajiro. Un chivo extraviado miraba con sus orejas paradas, desde la parte alta de una loma de arena, el avance de fuerza de esa máquina prodigiosa. El polvo, levantado por el andar majestuoso de ese monstruo mecánico, se esfumaba entre la brisa seca de la región. Tres pequeños wayuu observaban admirados cómo caían los trupillos y cardones para darle paso a aquel aparato extraño.

Detrás iba quedando, limpio y majestuoso, un hilo blanco de cinco metros de ancho que los niños pisaban envueltos en el derroche de alegría propio de la infancia que galopea libremente por la inocencia de los campos. Era el primer vestigio de una carretera que se desprendía debajo de las llantas de oruga de aquel buldócer para convertirse en la recta del futuro promisorio de una región abandonada a su propia suerte. Ese sería el inicio de la arteria terrestre que se instauró como el medio de transporte de equipos, materiales y recursos para construir la infraestructura del complejo carbonífero más grande de Suramérica.

25 mar 2012

Historia del Cerrejón (4): Comiendo chivo y queso de cabra en Puerto Bolívar


Por John Acosta

Dibujo de Javier COVO Torres
Eduardo Gutiérrez llegó a Media Luna cuando sus moradores todavía miraban pasar los barcos contrabandistas sin ninguna esperanza. Lo único que existía en el sector eran las rancherías regadas por los arenales del desierto. Allá fue a parar el grupo de hombres encargado de realizar los trabajos en el mar. Todas las mañanas debían levantarse temprano. Se bañaban debajo de un trupillo, al aire libre. Desayunaban con los alimentos típicos de la región. Y enfrentaban las aguas saladas montados en los remolcadores.

Historia del Cerrejón (3): Puerto Bolívar, la sorpresa de su hallazgo


Por John Acosta

Media Luna era un caserío de indígenas condenado a ver pasar los años  en los barcos de contrabandistas que transitaban por el canal  natural de aguas profundas, originado desde el océano hacia Bahía Portete por los designios sagrados de la naturaleza. Sus habitantes estaban destinados a dejar transcurrir los días en el sopor del sol tropical, acostados en un chinchorro bajo la sombra de su enramada de yotojoro (especie de madera que tiene el cardón por dentro y que los indígenas guajiros utilizan en el cercado de sus corrales y en el techo de sus viviendas), mientras la embarcación cruzaba con su carga de mercancías.

Historia del complejo carbonífero Cerrejón (2): Así fue la etapa de exploración


Por John Acosta

Era de madrugada. Los primeros cantos de los pájaros silvestres invadieron el campamento. Una brisa seca y fría inundaba el ambiente. Detrás de la serranía, el cielo era rojizo: iba a salir el sol. A lo lejos se escuchaba el bramido de los terneros encerrados en los corrales: estaban ordeñando las vacas. Por las rendijas de las ventanas de las barracas se escapaban rayos de las luces recién encendidas.

Los más madrugadores estaban metidos ya en los baños. Los demás, se desperezaban en sus camas. Pacho, el cocinero chino que los tenía cautivados a todos por su destreza en las artes culinarias y por su jerga de oriental novato, había preparado el desayuno.

A las siete salieron. Con sus cascos de ingenieros y sus botas de mineros en potencia. A esa hora, el sol empezaba a calentar. El cielo estaba más despejado que nunca. Y la brisa perdía poco a poco su capacidad de enfriamiento.

Historia del complejo carbonífero Cerrejón (1): Así llegaban los pioneros a La Guajira


Por John Acosta

Aspecto del campamento de Tabaco. Al fondo, la pista de aterrizaje,
 con el avión que viajaba los jueves Bogotá-Tabaco-Bogotá
Hacía mucho frío. La brisa helada de esa mañana glacial ponía a temblar a cualquiera. A esa hora, el ambiente en el aeropuerto era como la atmósfera de esa ciudad: siempre gris. La gente llegaba atrasada. Se bajaba del taxi a toda prisa. Confirmaba su tiquete y entregaba su equipaje. Sólo entonces sonreía feliz: no la había dejado el avión.

Mujeres con sus abrigos de paño y sus caras recién maquilladas. Hombres con sus sacos y corbatas o sus chaquetas de cuero fino. Policías caminando con sus manos enlazadas hacia atrás, entumidos por el frío. Maleteros con sus uniformes de porteros de taberna y sus carros de tubo ofreciendo sus servicios. Y la voz de la dama que anunciaba, por los altoparlantes invisibles, la salida y llegada del último vuelo, con la característica de siempre: nadie entendía qué decía.

23 mar 2012

La última carrera de cangrejo fue por un pan


Por John Acosta

Duraban hasta ocho horas metidos en el mar. El de ese día, había sido el ejemplar más grande que cogía el niño Robinson José. Lo que él ni los demás niños llegaron a pensar, entonces, era que sería el último cangrejo que Robinson cazara en su vida. En la carrera de cangrejos que los muchachos acostumbraban a realizar a diario en la playa, los animales de Robinson José casi siempre ganaban. Era obvio que ese día, con semejante ejemplar tan grande, no tenía por qué ser distinto. Ya los otros niños habían cazados sus cangrejos. En medio de gritos de jolgorio, empezaron la competencia. Poco a poco, la torpeza y la grasa del gran cangrejo de Robinson José lo fueron dejando relegado hasta quedar completamente atrás. Fue la última carrera de cangrejo que Robinson José Pérez Ruiz perdió en su vida.

17 mar 2012

El Cantor de Fonseca es un carpintero feliz


Por John Acosta

Nací en Fonseca, en el departamento de La Guajira, el 22 de febrero de 1944. Aquí mismo hice la primaria y llegué hasta tercero de bachillerato. Por ese entonces, andaba con mi mamá p'arriba y p'abajo. Hasta que en 1966 me fui pa' Venezuela, por plena vía, con permiso fronterizo y todo. Allá me quedé hasta el 69. Trabajé duro y parejo en una finca.

Recuerdo que manejaba un tractor. Pero me vine otra vez pa' Fonseca. Llegué a atender un negocio de billares que mi papá había alquilado. Ahí tuve un fracaso, problemas de peleas que no vale la pena mencionar ahora. Entonces, me tocó irme pa' Caracolicito.

Me fui comprometido con Mariela Figueroa, la mujer que hoy en día es mi esposa. Allá la cosa se puso tesa. Vi que no era mi medio. Y regresé a Caracas. Después, con el tiempo, cuando ya estuve más o menos ubicado, se fue Mariela. Se llevó a las dos niñas que nos habían nacido: Maríena y María Nella.

11 mar 2012

Mi vieja compuso un verso para la vida


Por John Acosta

Los muchachos traían la algarabía de siempre. Allá arriba, en el firmamento, la luna brillaba en todo su esplendor. Las nubes de polvo que levantaba el camión, en su andar tortuoso por la carretera sin pavimento, se posaban en los montículos que estaban a los lados de la vía. Esa noche, la gente estaba más feliz que de costumbre porque les había ido bien en los campos algodoneros. Eran las nueve pasaditas. Y la mayoría de los pasajeros venía sin almorzar todavía.

Sin embargo, estaban contentos. No sólo era lo habitual después de que regresaban del trabajo, sino que, además, ese día no llovió y el carro pudo bajar sin atollarse en los barriales que se formaban. Antes de llegar al Batallón, algunas de las mujeres que venían en el camión les advirtieron a los muchachos que se callaran, pero ellos siguieron con su gritería de adolescentes.

9 mar 2012

La ranchería Aulaulia, de los wayuu, ha cambiado


Por John Acosta

Por eso, siempre van a la granja. El tío Efraín es el que más trabaja la tierra.   El pequeño Jean Carlos lo ve desde la sombra de un palo de corazón fino. Así, con sus pantaloncitos cortos, sus costillas al aire y sus pies descalzos, Jean Carlos acompaña a Teresa Ipuana, su madre, cuando en las tardes ella pasa por los cultivos y arranca un tallo de cebolla larga o una berenjena o un ají, en fin, lo que está dispuesto para la comida de la noche.

En la ranchería Aulaulia, todos los sembrados están bonitos. El único problema que deben afrontar es el de los pájaros ociosos: no pueden ver que un pimentón está rojo porque vuelan a comérselo. Alexandra Navarrete, coordinadora del programa de ayuda a los indígenas de la fundación que hace préstamos a estas comunidades indígenas, espera solucionarlo con un gavilán disecado que pondrá en la mitad de la huerta. Con los ajíes no se meten: las aves le tienen pánico al picante.

6 mar 2012

Las artesanías de Colombia tienen un sello en La Guajira

Por John Acosta

El frente del negocio de María del Carmen Castaño tiene piso nuevo. Se lo construyó su marido hace poco. Por eso, hubo que regresar al día siguiente para tomarle las fotos: toda la mercancía estaba guardada adentro. Pero la entrevista sí se hizo esa tarde. María del Carmen estaba haciendo la siesta. Sugey Alcira, su hija, la despertó para que atendiera la visita que acababa de llegar.

Empezó hablando poco. Después, sí se soltó. De vez en cuando se interrumpía para preguntarle a Eulises Díaz algún detalle que había olvidado. Su marido detenía su oficio momentáneo de albañil novato y le añadía a la historia los remiendos que se le quedaban a la esposa.

Llegaron a Riohacha en 1990. Se habían venido de Barranquilla en busca de la ayuda que les ofreció un hermano que Eulises tiene en la Asociación de Artesanos de La Guajira. No tuvo más remedio que ponerse a ayudar al hermano en los menesteres de aquel quehacer de paciencia. María del Carmen Castaño también empezó a trabajar con otro cuñado suyo para poder levantar el sustento diario. Ambos, María y Eulises, soñaban con laborar juntos en un negocio propio. Ya tenían dos hijos para sostener y esa situación de incertidumbre los atormentaba todas las noches, cuando podían compartir, por fin, después de una larga jornada, las penas y desdichas de no tener nada.

4 mar 2012

Mi carisma me sacó del proletariado


Por John Acosta

Arlem Alvarado no esperaba que la entrevista fuera esa tarde. Cuando llegamos con el andamiaje de cámara fotográfica, grabadora, papel y lápiz, se sorprendió. "Ay, y yo en esta facha", dijo. Estaba en su tienda, acomodando unas bolsas de arroz sobre los estantes de un armario de madera. "Déjenme ir un momentico a cambiarme". Y salió.

La calle estaba sola. En la esquina unos hombres jugaban billar amparados en la sombra de una terraza. El sol era interrumpido por las nubes que surcaban el cielo gris. Sin embargo, en la tierra hacía calor. El suelo permanecía húmedo por el aguacero que cayó el día anterior.