Por John Acosta
La onda explosiva destruyó hasta el antiguo trapiche en donde los trabajadores molían la caña dulce. El ruido ensordecedor se diseminó por toda la zona, tropezó con los cerros adyacentes y se elevó por el aire junto con los miles de trozos humanos que volaron entre la madera y el barro de las paredes. Al final, sangre esparcida, árboles gigantescos sacados de raíces. Desolación total. Y ni un gramo de pólvora.