Por
John Acosta
El balar lejano de un chivo
extraviado es traído a los oídos por la brisa gozosa de diciembre. Ese soplo
celestial reparte también el olor a matarratón y a dividivi. En el horizonte,
los primeros rayos solares empiezan a disipar el frío que en esta época cubre
el amanecer guajiro: la luz que se cuela entre los follajes humedecidos por el
rocío, engalana el paisaje peninsular. El café con leche, la arepa asada, los
huevos revueltos y el queso fresco de leche de cabra paladean el desayuno. No
hay un solo sentido que se quede sin disfrutar de las maravillas del nuevo día
que la naturaleza de La Guajira les ofrecía a sus habitantes.