Había que verlos cómo
transmitían esa emoción profunda entre los asistentes. Ellos, que por primera
vez se subían a un escenario, se salían del personaje real y cotidiano que eran
y se convertían en verdaderos artistas. Al verlos con esa seguridad con que se
entregaban, nadie podía imaginar que eran jóvenes en el primer semestre de sus
carreras universitarias, tan disímiles unas con otras que solo podían confluir
en la gracia especial de la cultura. El público estaba compuesto por más de 200
personas, que se extasiaban con cada presentación brindada por estos muchachos,
ávidos de descubrirse ellos mismos en la habilidad para mover las profundas
fibras del sentimiento humano, innata y potencializada por un instructor
profesional.