Por
John Acosta
A las tres en punto de la
tarde, Petrona Esther Paso de Ríos saca la silla de plástico, cruza los escasos
dos metros de la calle empinada y se sienta en la sombra que da el árbol de la
casa del frente. Ya perdió la cuenta del tiempo que lleva con esa rutina
diaria, que comienza a las cuatro y media de la mañana y termina poco después
de las ocho de la noche, si no hay visita en su casa. Vive en El Difícil, un
pueblo del departamento del Magdalena, cuya topografía hace honor a su nombre.
No sabe con exactitud el número de veces que debe bajar los peldaños inclinados
que llevan a la cocina, pero sí sabe que todas las mañanas debe sumar a esa
bajada la escalera que da al lavadero de ropa del patio de su vivienda. Y todo
esto lo hace con la vista buena de su ojo derecho, no porque sea tuerta,
gracias a Dios, sino porque su ojo izquierdo no ha sido operado todavía.
Todas las casas de El Difícil
están construida sobre profundos desniveles del terreno, lo que hace que en sus
interiores tengan un laberinto de escaleras que llevan a los cuartos, a la
sala, al comedor, a la cocina. Petrona no solo lidia con esta dificultad todos
los días en su propio espacio, sino que, a veces, se enfrenta también a las
intensas subidas y bajadas de las calles de su pueblo para cumplir compromisos
socio-culturales sagrados de su entorno, como visitar a un enfermo e ir a dar
un pésame, bajo el asfixiante sol de su tierra.