Por Yurleidis Mendoza
No
era una casa común; al menos, eso creía desde una perspectiva infantil. Creo
que a todos los niños les aterraba la idea de pasar frente a ella cuando salían
de clase e iban a sus casas caminando por toda la mitad de la carretera con un
medio desorden que caracteriza a todos los estudiantes cienagueros. Yo no me quedaba atrás: cuando salía de clase,
inmediatamente salía corriendo hacia el portón, a esperar a mis compañeras para
comprar mangos o raspados e irnos caminado burlándonos hasta de lo que no daba
risa.