1 feb 2011

La gota fría en Navidad

Por John Acosta

El Niño Dios se tardó 16 años para cumplirle los deseos al pequeño Emiliano Antonio Zuleta Baquero. El muchacho había nacido el 11 de enero de 1911 en la entonces remota y desconocida aldea de La Jagua del Pilar, una población perdida entre la exótica vegetación de las estribaciones de la Serranía del Perijá, en una época en donde no existían las tiendas y los cerdos valían por su contenido de manteca, mas no por la carne que tenían. El pequeño tuvo que esperar más de década y media para obtener lo que sería el encanto su vida: un acordeón.

Recuerdos navideños de una infancia feliz

Por John Acosta


La noche se anunciaba con el sonido de los animales montunos. La mancha negra se desprendía de las ventanas, de las puertas y de cualquier hendija para esparcirse por la inmensidad del campo.
En la casa, los niños esperaban impacientes el paso de los minutos. Todos rodeaban el arbolito de Navidad con su base llena de regalos. Así, juntos y en compañía de los grandes no se asustaban con sus propias sombras.

Además, esa noche los cuentos del abuelo no fueron sobre brujos o aparecidos. Sino sobre el Ni¬ño Dios. Eran las 11:45 de la noche del 24 de diciembre.

El niño Juan Guillermo Ángel Mejía era el más impaciente para que llegaran las 12:00. Un diminuto paquete, envuelto en papel de regalo, tenía una tarjeta con su nombre. ¿Qué podría ser aquello tan pequeño? ¿Por qué los paquetes de sus primos eran más grandes? ¿Qué había hecho él para que lo castigaran con un regalo tan pequeño como ese? ¿Acaso ese año no se había portado bien, precisamente para merecer un gran regalo? Miró el enorne reloj de cuerda que estaba en la pared. Nada: todavía no eran las 12:00.

En Colombia, sería mejor nacer adultos

(Tomada de El Mundo.com)
Por John Acosta


Jaime Orlando Popayán salió a comprar carne. La brisa helada que bajaba de vez en cuando de lo alto del cerro donde está incrustado el barrio, mermaba el encanto de aquella tarde soleada. No era la primera vez que hacía un mandado.

Las circunstancias trágicas de la vida se encargarían de que fuera la última.

Elizabeth de Popayán, su madre, lo vio salir con la alegría de costumbre. Le acababan de entregar el billete con el que debía comprar la carne. "Cuidado con los carros", le dijo. Se lo decía siempre. "Bueno", era lo único que podía responderle un niño de nueve años a su mamá protectora. Eran las dos de la tarde.

En Pereira, detrás del brillo de un par de zapatos

Por John Acosta


El cepillo pasaba una y otra vez. En cada ir y venir dejaba el brillo de los 54 años de experiencia. El resplandor aparecía poco a poco, como un milagro de orfebrería en medio de la rapidez del tiempo. Hasta que parecía un espejo de cuero, por más increíble que sonara.

Venía entonces el golpecito en la suela: lánguido, casi imperceptible. No por falta de ánimo, sino por prudencia. Aparecía enseguida el billete de quinientos pesos. Podría ser de mil. Pero ese era de quinientos.