Por John Acosta
Esa noche, Aura Elisa Mendoza de Acosta (la vieja Aba) no pudo dormir. Desde que despidió la última visita rutinaria que le hacían sus vecinos, todos los días después de la cena, para reírse con anotaciones chistosas, ella empezó a preguntarse qué iba a ser si su hijo Alcides de Jesús no aparecía con los juguetes. Después de ponerle la tranca a la puerta de la calle, se paró frente al viejo cuadro del Sagrado Corazón de Jesús que colgaba en una de las paredes de barro de la sala, se llevó las manos a la cabeza en señal de súplica, miró fijamente a la imagen religiosa y desahogó con una sola frase el tormento espiritual que sentía en ese momento.
- Pobres mis muchachitos - dijo -. Dios mío, ayúdame.