Por John Acosta
Cada semana, la vieja Aba mandaba a su nieto a
la tienda de la señora Fanny a buscar fiado las cinco libras de arroz en el pote de lata en el que seis años atrás vinieron
las galletas de soda, la caneca con los cinco litros de aceite vegetal, la
barra de jabón para lavar los chismes y la otra para la ropa, los cuatro
plátanos verdes y los dos maduros del almuerzo, y el galón de petróleo para
prender la lámpara en las noches y encender el fogón en las madrugadas. En la
mochila de fique que el pequeño llevaba terciada en su hombro izquierdo para
echar las compras, estaba la libreta de hojas de cuadernos en desuso que la
vieja cosía para que la dueña de la tienda anotara en él la misma cuenta de su
libro de deudores.