Por John Acosta
La Guajira era sólo un
pedazo de tierra que se adentraba al mar como escudriñando, en el vaivén de las
olas, los misteriosos mensajes de otros mundos lejanos. Y habitada por gente
estupefacta que no lograba responderse todavía qué se había hecho el pasado
inmediato de una riqueza efímera, pero ruidosa, que la mantuvo en un estado de
éxtasis esquizofrénico. La producción y comercialización de marihuana había
pasado como una ráfaga de viento que los mantuvo a todos en el vilo de la
opulencia desbordada. Fue una especie de máscara carnavalesca que representó la
comedia real de una felicidad sin límites: los envolvió en un limbo de
fantasías alcanzables en donde creyeron permanecer hasta más allá de la
eternidad.